Diario descriptivo de las andaduras y torceduras de dos malagueños en las profundidas del este y oeste de los Estados Unidos de América del planeta Tierra (por si el Curiosity ha descubierto algo nuevo mientras tanto).
miércoles, 26 de septiembre de 2012
Día 22. San Francisco.
Ese día nos levantamos algo más tarde de lo habitual, porque en los dos días que nos quedaban (sí, señores, esto se está acabando) teníamos tiempo más que suficiente para ver lo que nos faltaba de la ciudad de San Francisco.
La primera parada fue la universidad de Berkley, para buscar una de las dos esferas de Arnaldo Pomodoro que según Internet había en la ciudad de San Francisco. La encontré en la entrada principal de la universidad, después de seguir las indicaciones de unos empleados de mantenimiento.
Allí, en la esfera, conocí a Tracy, otra “tocapelotas” como yo. Le conté la historia de las bolas y le encantó. Me dijo que era una estudiante china de nombre impronunciable, por eso le había buscado esa traducción. Me pidió que le hiciera una foto y me lo agradeció enormemente.
Después aparcamos el coche en el parking de Mission con la 7th e hicimos el resto del recorrido que dejamos a medias el día que nos subimos en el “cable car”. Empezamos en el Yerba Buena Gardens, donde nos colamos sin saber cómo en una convención (un poco más y nos dan hasta de almorzar). Seguimos el recorrido viendo el Museum of Modern Art (por fuera, claro); la Transamericana Pyramid, que me pareció más pequeña de lo que me esperaba, y el Flatiron Building.
Al llegar a Union Square nos entró hambre, así que pedimos un pan relleno de sopa de almejas, plato típico y muy rico de San Francisco que hay que probar, en el Boudin, situado en el sótano del edificio Macy’s (17 USD los dos). Es un pan como una mano abierta de grande, vaciado por arriba (te dan el vaciado por si te lo quieres comer), con el hueco relleno de una sopa espesa.
Después de comer recorrimos Chinatown, aunque no encontramos muchas de las cosas de la guía porque al callejero le faltaban calles. Nos encantó. Además era más grande de lo que esperábamos, todo lleno de tiendas típicas y con edificios con arquitectura que original o artificialmente evocaban calles del país oriental.
Tras esto llegamos andando hasta la Coit Tower, donde disfrutamos de unas vistas increíbles de San Francisco. Como teníamos tiempo suficiente ese día, decidimos callejear dirección a las Painted Ladies, para verlas a pleno sol, sin seguir una ruta marcada. Así nos encontramos con la catedral. Durante este recorrido confirmamos la idea que nos habíamos hecho ya de San Francisco, una ciudad en la que puedes pasar de un barrio urbanita, elegante y cuidado, a otro deprimido con cruzar una calle. Así puedes ir andando por una calle llena de restaurantes de lujo y si pasas a la calle de atrás, te encuentras con negocios abandonados y con clientes digamos que de muy inferior estatus social. De hecho, donde dejamos el coche marcaba el límite entre la zona buena y la peligrosa, como nos dijo el del parking. No es una ciudad como Chicago, cuyo centro es más uniforme, además de más elegante, cuidado, limpio y moderno. Coincidimos en que Chicago es la ciudad que más nos gustó, de hecho lamentamos no habernos quedado un día más quitándoselo a San Francisco. Porque a pesar de que esta ciudad nos encantó, yo pensaba que nos iba a gustar mucho más.
Nos hicimos fotos otra vez en las Painted Ladies y fuimos a comer a un restaurante que me recomendó encarecidamente un amigo. No voy a decir quién es para que nadie se dé por aludido (Yorg). Es el Memphis Minnies’s. Lo primero que me sorprendió es que no está en una zona muy recomendable. El chanquete no tenía mucha hambre, pero cuando entramos flipó porque no se esperaba ese tipo de restaurante con ese tipo de comida; yo tampoco. Es rollo barbacoa y muy conocido en San Francisco. El asunto es que pedí costillas de cerdo y eran recalentadas. No obstante, el chanquete se pidió un bocata de fritanga y le encantó, de hecho me pidió que llamara a mi amigo para que nos recomendara otros sitios como éste. Al dueño se le abrieron los ojos como platos cuando le dije que me habían recomendado el sitio en España. ¡Pues ponme comida recién hecha, macho!
Lo mejor del sitio es que conocimos a una chica de padres cubanos (¡ay, mamacita!) que nos recomendó un par de sitios para salir.
Después de cenar volvimos al coche y de vuelta a Vallejo.
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